martes, 16 de marzo de 2010

Katamari, ese odiado y amado juego

Bueno, retomo este blog con una entrada friki, como debe ser. Este videojuego del que me dispongo a hablar, sin ser uno de los videojuegos de mi top 10, es quizás el que más ha ensuciado y dejado su corrupta huella en mi dulce alma gamer. Es, ni más ni menos, que el We love Katamari, de Ps2. El título no puede ser más apropiado; no obstante, mi hermana, apenas echarle un vistazo, sentenció que era un "Juego maligno". Y no le faltaba razón.

Pero decidme, ¿quién, al ver esta intro, podría pensar nada malo de este juego? ¿Quién no podría ya sentir las delicias de este "todo por el todo" musical y visual?



Sí, abruma y enamora. Este juego, ya desde el principio, absorbe tu alma al más puro sinsentido nipón. Pero lo mejor está por llegar; esta secuela (la primera parte, para Ps1, no he osado probarla, por el bien de mi salud mental) consiste en que el Rey del universo (sí, el hombre que tiene en la cabeza un tumor con forma de caramelo envuelto) la ha liado parda, y endosa a su hijo el mochuelo de arreglarlo todo.

¿Cómo? Pues tío, usando un katamari: una bola, con la que vas atrapando de todo con un límite de tiempo. A medida que más cosas atrapas, más grande se hace el katamari, y cosas más grandes puedes absorber en éste. Así, vas ayudando a la peña a rellenar una piscina, jorobar a un gato, vencer a un luchador de sumo, etc. y ulteriormente uniendo las cosas del universo, o algo así. Aunque podría extenderme con un análisis filosófico de la unidad y del microcosmos en el macrocosmos, el fin del juego es lo de menos, y también lo menos pernicioso.

Cuelgo un video del juego:



Habréis pensado, como mínimo: "Ostia, parece entretenido, seguro que engancha".

No tenéis idea.

El problema es que mi hermana estaba en lo cierto: poco a poco, sin saber cómo, la apacible sonrisa de tus labios se frunce, tus dedos se tensan, la espalda se despega del respaldo, y empiezas a hablar solo, murmurando entre dientes blasfemias contra el implacable Cronos, contra el exagerado tamaño de esa casa y, finalmente, contra todo lo que vive y respira.

El mundo entero, al final, se reduce en un oponente al que tumbar y enganchar con tu katamari, sin darte cuenta que eres tú el enganchado. La diversión se ha esfumado, y sólo te queda ese tic en el ojo y esa mueca sardónica mientras luchas por hacer el katamari más grande jamás visto. Nunca acabas satisfecho; nunca es suficiente.

A esto poco o nada ayudan los al principio hilarantes comentarios del rey del universo tras cada fase: al cabo de un tiempo, te percatas de que por mucho que progreses, jamás dedica un comentario de alabanza a tus gigantescas bolas (no me malinterpretéis), nunca aplaude tus psicóticos esfuerzos. Por más que jugué, sólo una vez conseguí de él una condescendiente indiferencia. Creedme. El muy cabrón.

Al fin, gracias a mis hermanos y a la gente que me quería (sí, hablo en pasado, hoy ya no me quiere nadie), conseguí abrir los ojos. Pude desengancharme, al menos un poco, y continuar con mi vida.

Pero lo peor de todo es que os podría decir que escribo esto para alertaros, pequeños gusiluces,de que jamás toquéis este juego, de que corráis y os pongáis a salvo entre vuestros adorados playmóbil. Pero la verdad es que el motivo de esta entrada es que, después de tantos años sin jugar, sigo añorándolo...

Y sí, si lo tuviera aquí ahora mismo, recaería.

4 comentarios:

  1. Querido dulce alma gamer, te hablo desde el lado claro (que no desde el oscuro friki). La entrada me encanta porque nos enseñas tu más pura esencia. ¡Qué bien escribes!: si es que no te falta na!!! A propósito: ¿cómo es de grande tu cuarto de baño?...

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  2. Vamos no me acerco yo a ese game... gracias, gracias por los avisos. Sí que escribes bien!!!! Esto, y seguro que en tu cuarto de baño cabe un cello?

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  3. Katamari. Peligroso, adictivo. Siembra la discordia en tu mente, en tu corazón... El día que fue creado, el Maligno y Dios se pusieron de acuerdo: "¿Y si hacemos algo nuevo que tenga algo de tí y algo de mí?"

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